Los avances en tecnología cerebral se están acelerando, pero sobre todo atraen la atención del sector médico. Desde lograr recuperar extremidades lesionadas hasta poder acceder a la información del cerebro de una persona, las posibilidades de la neurotecnología son tan amplias como preocupantes. No cabe duda de que nos aguardan grandes cambios en el sector de la neurociencia y la tecnología cerebral.
Ajena al acontecimiento científico que protagoniza, la cerda Gertrude pasa tranquilamente por un corral lleno de paja, haciendo caso omiso a las cámaras y a los espectadores que observan la escena. También ignora los 1.024 electrodos que “escuchan” a su cerebro. El experimento consistía en lo siguiente: cada vez que el hocico de Gertrude encontraba una golosina en la mano de un investigador, una señal musical señalaba que las células nerviosas que controlan el olfato se habían activado.
Parece algo sencillo, pero estos pitidos materializan el gran logro alcanzado el pasado 28 de agosto por Neuralink, una empresa de neurotecnología especializada en el desarrollo de interfaces cerebro-computadora, implantables, también conocidos como Brain-Machine Interfaces o BMI, fundada por Elon Musk. “En muchos sentidos, es como un Fitbit implantado en el cráneo”. Así describió esta tecnología el nuevo gurú del siglo XXI, comparándola con los populares dispositivos deportivos de monitorización de actividad. ¿Pero en qué consiste en realidad?
¿Qué busca la neurotecnología?
Los neurocientíficos analizan el funcionamiento del cerebro, no es nada nuevo. Durante décadas, muchos estudios se han enfocado en registrar la actividad de las células nerviosas en animales. Sin embargo, ahora Musk (entre otros) pretende ir mucho más allá. El objetivo es – según él – que podamos almacenar y revivir por completo nuestros recuerdos favoritos. Quién sabe, tal vez lleguemos a reproducir videojuegos en nuestra cabeza, superando la realidad inmersiva. Pero no solo eso.
Los avances en tecnología cerebral se están acelerando, pero sobre todo atraen la atención del sector médico. Los electrodos implantados en el cerebro podrían ayudar a traducir nuestras intenciones de hablar en palabras reales, o incluso interpretar los impulsos nerviosos para escribir a través de un dispositivo externo.
Neurotecnología para mejorar la vida de las personas
Hoy en día, las personas con problemas de movilidad o que han sufrido fuertes traumatismos ya están probando estas tecnologías que traducen las intenciones en acciones. Usando exclusivamente señales cerebrales, existen experimentos que han permitido a personas comprar por internet, comunicarse e incluso utilizar un brazo protésico para beber de una taza. No obstante, la capacidad de escuchar el parloteo del cerebro, entenderlo y quizás incluso modificarlo tiene el potencial de cambiar y mejorar la vida de mucha gente.
Por ejemplo, en enero de 2019, investigadores de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore (EE.UU.) implantaron electrodos en el cerebro de Robert “Buz” Chmielewski. Tras sufrir un grave accidente practicando surf, este deportista ya no puede usar sus brazos ni sus piernas. No obstante, como podemos ver en el vídeo, Chmielewski fue capaz de controlar dos brazos protésicos a través de las señales de su cerebro. Con ellos, podía realizar acciones como utilizar cuchillo y tenedor de forma simultánea, algo en principio incompatible con sus lesiones.
La mente humana es todo un misterio, y las conexiones que establece nuestro cerebro a la hora de interpretar y comunicar la información quedan aún muy lejos del alcance de la IA. Sin embargo, lograr una inteligencia artificial “humana” es el santo grial de esta tecnología, y sin duda se están dando pasos hacia la consecución de esta meta. Ahora bien, este tipo de tecnologías también plantea preguntas. La principal de ellas es quién tendrá acceso a nuestros cerebros, en qué medida y con qué propósito.
Leer el pensamiento: la gran ambición de la neurotecnología
Extraer información del cerebro humano es el sueño húmedo de la neurociencia desde sus primeros pasos. “Estamos muy, muy cerca” de acceder a la información privada del cerebro de las personas, afirma Rafael Yuste, neurobiólogo español que trabaja en la Universidad de Columbia, en Nueva York.
De momento, las empresas ya son dueñas de nuestro comportamiento – conocen nuestros gustos, nuestros clics, nuestros historiales de compra –, y lo usan para construir perfiles inquietantemente precisos sobre cada individuo. Y nosotros se lo permitimos. Los algoritmos predictivos hacen buenas conjeturas, pero solo son eso, suposiciones. “A través de los datos neuronales extraídos mediante neurotecnología, puede que ya no sean suposiciones”, anticipa Yuste. Las empresas podrían tener acceso directo a la información real, desde nuestro propio cerebro.
Muchos científicos relacionados con la neurociencia y la neurotecnología son conscientes de este dilema. Por ejemplo, Yuste considera que se debería empezar a trabajar en leyes más estrictas para proteger nuestra privacidad. Por ejemplo, los datos de las células cerebrales deberían estar protegidos contra terceros, al igual que lo están nuestros órganos o el resto de nuestro cuerpo. Nadie puede extirpar el hígado de una persona sin su aprobación, por muy beneficioso que sea el fin. En este sentido, los datos neuronales deberían recibir la misma protección.
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